jueves, 9 de febrero de 2023

¡ Tantán Vetam !

 

¡ ¡ ¡  C u r i o s o    R u i d o  D e  F o n d o E n  T u  M i r a r . . .! ! !  




[ Advertencia a visitantes : El texto es largo como un día sin pan.

  Quien desee repartir mejor sus atenciones, que no se preocupe y

  marche; comprendo que El Tiempo es un bien preciadísimo para tener

  en cuenta a un simpático y dicharachero chiflado como yo .

  ¡ Os Aprecio a Todos !  ] 





                                 * T a n t á n      V e t a m *

                 [ * Una Narración Extraordinaria Que Retumba * ]

 

                                      

                                                                 “…y pífanos y atambores

                                                                  su señorío pregonan”

 

                                                                   “..y tocan los pigmeos de faz leda

                                                                                           el timbal sonoro…”

                                                                                (Reisebilder; Heinrich Heine)

                                                                              

                                                I.-Marcando El Paso

 

El silencio de la pequeña finca siempre se rompía desde el segundo piso, por el sonido de una especie de tambor de la puerta seis. Era una pena porque solo se trataba de un edificio tranquilo de dos alturas.

Además, la percusión era sin ritmo, transmitía algo de desidia de parte de quien lo tocaba, zumbón; insoportable por donde lo planteara cualquiera que escuchase.

 

En mi caso vivía en la puerta uno. Por la mañana me despertaba, a la hora de la siesta amenizaba y hacia las once de la noche, despedía la jornada de modo lóbrego con sus pulsos tamboriles.

 

Llevaba yo poco tiempo viviendo allí. Se trataba de un barrio que no destacaba por nada, ideal para permanecer a largo plazo. Lo único extraño era ese son, una especie de galop castrense a lo cateto. Así que, poco a poco, me fui acostumbrando, si bien era una incomodidad que permanecía como banda sonora de la finca.

 

Nunca comentaba con los demás vecinos porque no se dejaban ver, o no coincidíamos. La puerta dos, estaba deshabitada debido a  un desahucio. La tres la ocupaba un matrimonio con aspecto medroso y nada comunicativo, quienes tenían una niñita de cinco años y no daba guerra en su casa. Nosotros componíamos el primer piso. A los del segundo todavía no los conocía porque apenas subía yo a la azotea.

 

Y un día de agosto, fue de golpe y porrazo cuando coincidí con ellos en el portal. Una pareja de ancianos  eran los que vivían encima de mí, en la puerta cuatro. El marido tenía aspecto de amargado y la mujer de enloquecida (además le oí comentar que tomaba “tranquipastillas”) Era gracioso que tenían dos perritos pequeños y no daban faena al vecindario. Junto a ellos estaba otro matrimonio curioso, con sus dos hijos varones, todos residentes en la puerta cinco. La esposa era más fea que el culo de un mono y tenía cara de mala víbora, por si fuera poco. El marido era un ex psicólogo retirado que estaba para que lo psicoanalizaran a él. Los hijos parecían personitas sin carácter y no despuntaban por lo bueno, ni por lo malo.

 

¡Y por fin! ¡¡¡Los de la puerta seis!!! Se trataba de otro matrimonio que tenía un hijo de unos seis añitos, que el pobrecito tenía una enfermedad de las llamadas raras. Mientras le miraba, estaba agarrado a su madre sin poder mantener la verticalidad, y con la otra mano “agredía” a un tambor hecho de forma casera que permanecía en el suelo. Sus ojos eran muy saltones y en líneas generales, su aspecto me recordaba al “hombre tronco” de “La parada de los monstruos” de Todd Browning. Tocaba su extrañísima marcha militar absolutamente ido, mientras la madre, con ademanes de raposa desorejada, criticaba a los de Cáritas y a La Iglesia Católica por algún motivo. Me cayó peor que ningún otro parroquiano de la finca. Por último estaba su marido, un pobre hombre más blanco que el talco y con aspecto enfermizo, todo el rato callado. Permanecían en silencio mientras aquella mujer seguía criticando a los católicos y su niño aporreaba inmisericorde el tamborcito.

 

Al aparecer yo, excepto el nene deforme, todos prestaron atención y de manera rápida nos presentamos con patente desgana. Después subí al trote a mi casa y me encerré en el salón mientras escuchaba música.

 

Esa noche, el niño de la puerta seis, quizás iracundo en su anormalidad por la mala leche que le había transmitido su madre por tanto criticar al Papa de Roma, con su karma más destrozado de lo habitual, dio una serenata con el tambor que duró hasta pasada la medianoche, sin que nadie le hubiera animado en su hogar a dejarlo. Pero debo decir, que fue entonces cuando por fin le puse nombre a mi mal: “Vetam”, esto es, “Vecino Tambor”.

Y qué diantre, me sentí asaz aliviado.

 

                                                   II.- Erre que Erre

 

La verdad es que lo único que insuflaba vida a tan anómala agrupación de vecinos –pues todos excepto la madre de la puerta seis, parecían electroencefalogramas planos- era el instrumento de Vetam, y en efecto, ese detalle me hizo ver muy claro que el estigma de ser tarados planeaba sobre todos ellos. Conforme pasaba el tiempo, pude advertir que el estado de ánimo del pequeño retrasado, se plasmaba en cómo aporreaba su tambor. Y eso sin embargo, no me molestaba: Ensombrecía y picaba mi curiosidad a la par.

 

Muchos matices en los ecos de ese batir su baqueta, eran siniestros, envueltos en tristeza singular. Otras veces comunicaba odio –si eso fuera posible en un inocente como él- y las más extrañas de esas transmisiones sentimentales, eran un tantán cifrado al Cosmos, unas pautas sonoras de anhelo de libertad, que no estaban exentas de cierto júbilo, a pesar de la desafortunada existencia de Vetam.

 

Eso me hizo pensar, y cuando más delante empecé a coincidir con él y la impresentable  de la madre en el portal –pues también advertí que el padre ni pinchaba ni cortaba en sus propias relaciones-  yo miraba a los ojos a Vetam. Al alejarme escaleras arriba, o aunque fuera por la calle,  percutía su tambor con algo más de ritmo, pero muy brevemente. Y supe que  era saludándome, antes de irse a su jornada de Educación Especial con los facultativos que le trataban lejos, en la gran ciudad.

 

 

La cantinela de los demás vecinos, era que lo poco que hablaban cuando coincidíamos en la acera de nuestra calle, se trataba de criticar a los otros. Por mi parte escuchaba y callaba, pero mi disfrute iba en aumento al sentirme ajeno a ellos y verlos envenenarse de forma doméstica entre palabras y exabruptos. Y lo que de veras me hizo repudiarlos fue que cargaban tintas contra Vetam, porque le habían dicho a la arpía de la madre, que fuera comedida con los ruidos del nene, y ésta les contestaba que el médico y logopeda aconsejaba que le diese al tambor cuanto más, mejor. (En ese aspecto  tenía razón, pero su enfoque era diferente: Su hijo lo sentía como una carga y a ella le agradaba que estuviese el vecindario escocido con el tratamiento)

 

Cuando ya se familiarizaron todos por verme con relativa frecuencia, pude notar que bajaban aún más la guardia. Esto es, presencié de manera casual comportamientos horribles, como el de la madre de Vetam increpándolo con palabrotas muy sucias por haber hecho algo mal, pero no sé por qué también apremiaba al padre. Confirmé que éste no tenía sangre en las venas y que no manifestaba una conducta que se decantase por algo claro (pero su mirada escondía una cosa rara)

 

Los demás se odiaban, pero proyectaban su detritus mental contra la puerta seis y sobre todo, contra la estrambótica madre.

 

Cada vez me reía más, pues el tamborcito de marras, los desquiciaba profundamente, y sin embargo yo, estaba a esas alturas inmunizado; incluso pude sentir que Vetam había progresado, y acaso que en su estropeado cerebro, se riera con mérito…

 

                                                       III.- Redoble final

 

No recuerdo en qué punto de mi experiencia en la finca, advertí que algo iba mal.

 

La vecina de las “tranquipastillas” se cruzó un día conmigo y me dijo que el tranxilium no le hacía nada porque “lo nocivo es de traca” y que “el tambor me lo ha dicho en lo más oscuro de mi cabeza” Tenía un aire profético, y algo les debía de pasar, porque el marido subía las escaleras casi levitando, como si de repente él estuviera peor que nadie. Y de pronto los perritos empezaron a llorar por las noches y a mearse en las escaleras cuando los ancianos les sacaban de paseo. Para colmo, hubo una potente plaga de cucarachas.

 

Los de la puerta tres, empezaron a echar sin ningún motivo doble cerrojo a su puerta blindada incluso de día. Siempre había música de cerrajería en el interior de su piso.

 

Los inclasificables de la puerta cinco se insonorizaron el piso para no oír a nadie. Lo sé porque consulté con los obreros que pululaban por allí esa temporada.

 

Y hasta el piso vacío de la puerta dos –como ya especifiqué, enfrente del mío- parecía latir en su inmaterialidad por no poder aguantar la atmósfera que de las partes en activo de la finca, se filtraban por las ranuras de su puerta antiokupas. Era la simbología de algo que está a punto de reventar…o…más bien….dar el trueno en do mayor.

 

Hasta que una noche -¡ahora me acuerdo, era Luna Llena, porque fue la única vez que subí a mi desván de la azotea para coger una armónica de los tiempos de los scouts  que tenía pensado regalar a Vetam y me quedé hechizado al ver el plenilunio sobre los tejados!- el tambor arrancó a oírse de forma inaudita hacia las once y media de la noche. ¡Olvidé hasta la armónica!

Se podía palpar el desconcierto vecinal, pero como siempre, nadie dijo nada. Pasada media hora de las doce, Vetam seguía contumaz y solo al filo de la una, después de un rarísimo sonido que dejó un poso de alarma sin saber por qué en mi corazón, Vetam hizo mutis.

 

Y Todo se sumió en un silencio, como nunca disfrutó la finca.

 

Un silencio que de nuevo me hizo sentir algo: La satisfacción de  los que estaban bajo el techo de nuestra finca.

Un silencio, en suma, que no deseaba aquella noche yo para nadie. Sin acritud, porque era un silencio enfermizo.

 

   U n    S i l e n c i o     P o s t r e r o    Y  R i t u a l.

 

 

                                                IV.- El Tamborilero

 

A pesar de estar dormido  como el mismísimo abuelo de Morfeo, me desperté tan pronto escuché el primer “Pom”.

Después hubo uno más y el silencio nuevamente.

 

Había sido en mi puerta.

 

Eran las tres de la madrugada y al otro lado de la mirilla, pude escudriñar gracias a la luz de la luna filtrándose por el patio de luces, a Vetam en pijama apoyado contra la puerta dos.

 

Abrí y me miró con sus ojos negros, radares en el ambiente fantasmal y blanquecino de la escalera. No di la luz, me cogió de la mano y me llevó hacia arriba, a su casa. Andaba correctamente y respiraba manso y parecía obedecer con seguridad a un dictado suyo interior.

 

Ante el umbral de su puerta, vi al padre en calzoncillos bañado por la luz de la luna que entraba por la ventana de su derecha. Estaba cubierto de una sustancia oscura que brillaba. Aunque más chisporroteaban sus ojos diciendo –fue cuando lo oí por primera vez- el nombre de su hijo con una terrible voz átona (para mi siempre será Vetam, el resto no es relevante). Uno de sus brazos se ocultaba en la oscuridad.

 

El nene hizo con su mano libre como que tocaba un tambor imaginario y entonces el padre sacó la suya de detrás de su espalda esgrimiendo un  cuchillo.

 

Empujé a Vetam hacia atrás y me tiré a las piernas del padre placándolo como en mis tiempos universitarios, en cuestión de fracciones de segundo. Eso fue lo que nos salvó, pues el cuchillo se le perdió hacia el rellano y vi, ante mi asombro, cómo Vetam con su piececito, lo empujaba por el estrecho hueco de la escalera.

Me quité la camisa del pijama y até a aquel hombre con ella con un nudo de los que aprendí cuando serví en un estol de infantería de marina, pero tampoco fue muy necesario, pues estaba mesmerizado, quizás abducido. Y ya no pude hacer más cuando noté, que el líquido que le cubría era sangre,  pegajosa y saturnina a la luz de la luna.

 

Entré ante la atenta mirada de Vetam al interior del piso a la carrera, sabiendo que era infructuoso mi esfuerzo e intención. Y allí, cerca del balcón que da a la calle, puede que en un último intento de gritar, estaba la mala pécora de su esposa, con un  fin inhumano, desollada en un inmenso charco de sangre que se filtraba a la calle por el desagüe de las plantas. La descarnada imagen me idotizaba y más aún viendo cucarachas correteando sobre sus restos mortales.

 

Cuando se personó la autoridad competente tras mi llamada, dos de los agentes  vomitaron sin poder evitarlo en la puerta cinco, pues los dueños no se habían ni enterado por la insonorización del piso. Por último se llevaron al padre, quien no opuso resistencia; incluso mostraba una macabra paz en su ademán.

 

No hubo manera de que Vetam se fuera con ellos –a pesar de que se comportó muy sereno-, y al identificarme, gracias a mi pasado de militar de cuerpos de élite, permitieron que se quedara conmigo.

 

Lo último que le dije a Vetam si quería dormir en mi piso, era que al día siguiente tendría que permitir que le llevaran con una nueva familia muy buena, a donde yo acudiría a visitarle.

 

Y solo puso dos condiciones más: Que le comprara un tambor de verdad.

Y que tocara mi armónica con él…

 

 

 

                                             …a medianoche los cadáveres se levantan,

                                               todos los muertos vuelven a sus filas,

                                               y al frente marcha el tambor,

                                               ¡ran! ¡¡rataplán!! ¡¡¡ran!!! ¡¡¡ran!!!.....”

                                                                                (Reisebilder; Heinrich Heine)






[Relato de Terror]








¡Por Fin : Cuánta Paz!...


10 comentarios:

  1. Lo que puede causar el ruido de un tambor en luna llena...La gente enloquece.
    Abrazos Juan...Faltó un dibujo tuyo

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    1. Llevo chiflado y con tarumberería mental mucho tiempo, ¡ese soy yo, pero la luna siempre es magna! Gracias por recordar mis dibujitos.💚🍀

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  2. Genial relato me mantuvo en vilo todo el tiempo . Te mando un beso.

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  3. Ok, Gracias por Disfrutar para tu solaz. De eso se trata.
    ¡Recibe Mis Consideraciones Más Distinguidas!

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  4. Hola Juan he disfrutado de la lectura, al ser tan ameno y ligero de leer se me pasó rápido el tiempo muy bueno, me pareció un relato excelente, un saludo desde mi brillo del mar

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    1. ¡ ¡ ¡ Bienvenida a estos horizontes y gozo enormemente con tu satisfacción ante el relato ! ! ! 🍀
      Cuando surgen en mi cerebro las historias o los textos poéticos, se dispara con comodidad el hecho de escribirlas y su delicioso fluir....💚

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  5. Has conseguido que llegara al final de esta historia que ha logrado mantener mi interés hasta el final. Me parece una historia dramática de la vida de un ser humano que llegó a un hogar donde nadie le había deseado ni supieron amarle como él necesitaba. Muy buen relato. Que tengas una feliz semana.

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    1. Esta basado en hechos espantosamente reales vividos por mí en la demarcación. Eso sí es dramático. Muchísimas gracias por tu delicada y amistosa presencia.💋

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  6. Me ha fascinado la lectura de este electrizante relato de terror. Todo en esta historia produce escalofríos, desde el mismo Vetam hasta el resto de habitantes de la misteriosa finca. Tu manera de escribir hace que la lectura de este relato sea fluida y se convierte en misión imposible el despegar los ojos de la página. Como bonus, me han encantado los nombres de los capítulos. Mi enhorabuena! Un saludo!!

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    1. Los nombres de los capítulos, efectivamente están muy pensaditos. Eres la única persona que se ha dado cuenta. ¿y si te dijera que esta finca es R e a l ? ...
      ...ahí lo dejo...a buen entendedor pocas p a l a b r a s

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Salutem Pluriman ! ! !

Abril Asilvestradamente Lunar

  Mi Asueto de Plenilunio Abrileño H o m e n a j e A L a L u n a L l e n a  de l M e s D e A b r i l