¡ ¡ ¡ C u r i o s o R u i d o D e F o n d o E n T u M i r a r . . .! ! ! |
[ Advertencia a visitantes : El texto es largo como un día sin pan.
Quien desee repartir mejor sus atenciones, que no se preocupe y
marche; comprendo que El Tiempo es un bien preciadísimo para tener
en cuenta a un simpático y dicharachero chiflado como yo .
¡ Os Aprecio a Todos ! ]
* T a n t á n V e t
a m *
[ * Una Narración Extraordinaria Que Retumba * ]
“…y pífanos y atambores
su señorío pregonan”
“..y tocan los pigmeos de faz leda
el timbal sonoro…”
(Reisebilder; Heinrich Heine)
I.-Marcando El Paso
El silencio de la pequeña finca siempre se
rompía desde el segundo piso, por el sonido de una especie de tambor de la
puerta seis. Era una pena porque solo se trataba de un edificio tranquilo de
dos alturas.
Además, la percusión era sin ritmo, transmitía
algo de desidia de parte de quien lo tocaba, zumbón; insoportable por donde lo
planteara cualquiera que escuchase.
En mi caso vivía en la puerta uno. Por la
mañana me despertaba, a la hora de la siesta amenizaba y hacia las once de la
noche, despedía la jornada de modo lóbrego con sus pulsos tamboriles.
Llevaba yo poco tiempo viviendo allí. Se
trataba de un barrio que no destacaba por nada, ideal para permanecer a largo
plazo. Lo único extraño era ese son, una especie de galop castrense a lo
cateto. Así que, poco a poco, me fui acostumbrando, si bien era una incomodidad
que permanecía como banda sonora de la finca.
Nunca comentaba con los demás vecinos porque no
se dejaban ver, o no coincidíamos. La puerta dos, estaba deshabitada debido a un desahucio. La tres la ocupaba un
matrimonio con aspecto medroso y nada comunicativo, quienes tenían una niñita
de cinco años y no daba guerra en su casa. Nosotros componíamos el primer piso.
A los del segundo todavía no los conocía porque apenas subía yo a la azotea.
Y un día de agosto, fue de golpe y porrazo cuando
coincidí con ellos en el portal. Una pareja de ancianos eran los que vivían encima de mí, en la puerta
cuatro. El marido tenía aspecto de amargado y la mujer de enloquecida (además
le oí comentar que tomaba “tranquipastillas”) Era gracioso que tenían dos
perritos pequeños y no daban faena al vecindario. Junto a ellos estaba otro
matrimonio curioso, con sus dos hijos varones, todos residentes en la puerta
cinco. La esposa era más fea que el culo de un mono y tenía cara de mala
víbora, por si fuera poco. El marido era un ex psicólogo retirado que estaba
para que lo psicoanalizaran a él. Los hijos parecían personitas sin carácter y
no despuntaban por lo bueno, ni por lo malo.
¡Y por fin! ¡¡¡Los de la puerta seis!!! Se
trataba de otro matrimonio que tenía un hijo de unos seis añitos, que el
pobrecito tenía una enfermedad de las llamadas raras. Mientras le miraba,
estaba agarrado a su madre sin poder mantener la verticalidad, y con la otra
mano “agredía” a un tambor hecho de forma casera que permanecía en el suelo.
Sus ojos eran muy saltones y en líneas generales, su aspecto me recordaba al
“hombre tronco” de “La parada de los monstruos” de Todd Browning. Tocaba su
extrañísima marcha militar absolutamente ido, mientras la madre, con ademanes
de raposa desorejada, criticaba a los de Cáritas y a La Iglesia Católica por
algún motivo. Me cayó peor que ningún otro parroquiano de la finca. Por último
estaba su marido, un pobre hombre más blanco que el talco y con aspecto
enfermizo, todo el rato callado. Permanecían en silencio mientras aquella mujer
seguía criticando a los católicos y su niño aporreaba inmisericorde el
tamborcito.
Al aparecer yo, excepto el nene deforme, todos
prestaron atención y de manera rápida nos presentamos con patente desgana.
Después subí al trote a mi casa y me encerré en el salón mientras escuchaba
música.
Esa noche, el niño de la puerta seis, quizás iracundo
en su anormalidad por la mala leche que le había transmitido su madre por tanto
criticar al Papa de Roma, con su karma más destrozado de lo habitual, dio una
serenata con el tambor que duró hasta pasada la medianoche, sin que nadie le
hubiera animado en su hogar a dejarlo. Pero debo decir, que fue entonces cuando
por fin le puse nombre a mi mal: “Vetam”, esto es, “Vecino Tambor”.
Y qué diantre, me sentí asaz aliviado.
II.- Erre que Erre
La verdad es que lo único que insuflaba vida a
tan anómala agrupación de vecinos –pues todos excepto la madre de la puerta
seis, parecían electroencefalogramas planos- era el instrumento de Vetam, y en
efecto, ese detalle me hizo ver muy claro que el estigma de ser tarados
planeaba sobre todos ellos. Conforme pasaba el tiempo, pude advertir que el
estado de ánimo del pequeño retrasado, se plasmaba en cómo aporreaba su tambor.
Y eso sin embargo, no me molestaba: Ensombrecía y picaba mi curiosidad a la
par.
Muchos matices en los ecos de ese batir su
baqueta, eran siniestros, envueltos en tristeza singular. Otras veces
comunicaba odio –si eso fuera posible en un inocente como él- y las más
extrañas de esas transmisiones sentimentales, eran un tantán cifrado al Cosmos,
unas pautas sonoras de anhelo de libertad, que no estaban exentas de cierto
júbilo, a pesar de la desafortunada existencia de Vetam.
Eso me hizo pensar, y cuando más delante empecé
a coincidir con él y la impresentable de
la madre en el portal –pues también advertí que el padre ni pinchaba ni cortaba
en sus propias relaciones- yo miraba a
los ojos a Vetam. Al alejarme escaleras arriba, o aunque fuera por la calle, percutía su tambor con algo más de ritmo, pero
muy brevemente. Y supe que era
saludándome, antes de irse a su jornada de Educación Especial con los
facultativos que le trataban lejos, en la gran ciudad.
La cantinela de los demás vecinos, era que lo
poco que hablaban cuando coincidíamos en la acera de nuestra calle, se trataba
de criticar a los otros. Por mi parte escuchaba y callaba, pero mi disfrute iba
en aumento al sentirme ajeno a ellos y verlos envenenarse de forma doméstica
entre palabras y exabruptos. Y lo que de veras me hizo repudiarlos fue que
cargaban tintas contra Vetam, porque le habían dicho a la arpía de la madre,
que fuera comedida con los ruidos del nene, y ésta les contestaba que el médico
y logopeda aconsejaba que le diese al tambor cuanto más, mejor. (En ese aspecto
tenía razón, pero su enfoque era
diferente: Su hijo lo sentía como una carga y a ella le agradaba que estuviese
el vecindario escocido con el tratamiento)
Cuando ya se familiarizaron todos por verme con
relativa frecuencia, pude notar que bajaban aún más la guardia. Esto es,
presencié de manera casual comportamientos horribles, como el de la madre de
Vetam increpándolo con palabrotas muy sucias por haber hecho algo mal, pero no
sé por qué también apremiaba al padre. Confirmé que éste no tenía sangre en las
venas y que no manifestaba una conducta que se decantase por algo claro (pero
su mirada escondía una cosa rara)
Los demás se odiaban, pero proyectaban su
detritus mental contra la puerta seis y sobre todo, contra la estrambótica madre.
Cada vez me reía más, pues el tamborcito de
marras, los desquiciaba profundamente, y sin embargo yo, estaba a esas alturas
inmunizado; incluso pude sentir que Vetam había progresado, y acaso que en su
estropeado cerebro, se riera con mérito…
III.- Redoble final
No recuerdo en qué punto de mi experiencia en
la finca, advertí que algo iba mal.
La vecina de las “tranquipastillas” se cruzó un
día conmigo y me dijo que el tranxilium no le hacía nada porque “lo nocivo es
de traca” y que “el tambor me lo ha dicho en lo más oscuro de mi cabeza” Tenía
un aire profético, y algo les debía de pasar, porque el marido subía las escaleras
casi levitando, como si de repente él estuviera peor que nadie. Y de pronto los
perritos empezaron a llorar por las noches y a mearse en las escaleras cuando
los ancianos les sacaban de paseo. Para colmo, hubo una potente plaga de
cucarachas.
Los de la puerta tres, empezaron a echar sin
ningún motivo doble cerrojo a su puerta blindada incluso de día. Siempre había
música de cerrajería en el interior de su piso.
Los inclasificables de la puerta cinco se
insonorizaron el piso para no oír a nadie. Lo sé porque consulté con los
obreros que pululaban por allí esa temporada.
Y hasta el piso vacío de la puerta dos –como ya
especifiqué, enfrente del mío- parecía latir en su inmaterialidad por no poder
aguantar la atmósfera que de las partes en activo de la finca, se filtraban por
las ranuras de su puerta antiokupas. Era la simbología de algo que está a punto
de reventar…o…más bien….dar el trueno en do mayor.
Hasta que una noche -¡ahora me acuerdo, era
Luna Llena, porque fue la única vez que subí a mi desván de la azotea para
coger una armónica de los tiempos de los scouts
que tenía pensado regalar a Vetam y me quedé hechizado al ver el
plenilunio sobre los tejados!- el tambor arrancó a oírse de forma inaudita
hacia las once y media de la noche. ¡Olvidé hasta la armónica!
Se podía palpar el desconcierto vecinal, pero
como siempre, nadie dijo nada. Pasada media hora de las doce, Vetam seguía
contumaz y solo al filo de la una, después de un rarísimo sonido que dejó un
poso de alarma sin saber por qué en mi corazón, Vetam hizo mutis.
Y Todo se sumió en un silencio, como nunca
disfrutó la finca.
Un silencio que de nuevo me hizo sentir algo:
La satisfacción de los que estaban bajo
el techo de nuestra finca.
Un silencio, en suma, que no deseaba aquella
noche yo para nadie. Sin acritud, porque era un silencio enfermizo.
U
n S i l e n c i o P o s t r e r o Y R i
t u a l.
IV.- El Tamborilero
A pesar de estar dormido como el mismísimo abuelo de Morfeo, me
desperté tan pronto escuché el primer “Pom”.
Después hubo uno más y el silencio nuevamente.
Había sido en mi puerta.
Eran las tres de la madrugada y al otro lado de
la mirilla, pude escudriñar gracias a la luz de la luna filtrándose por el
patio de luces, a Vetam en pijama apoyado contra la puerta dos.
Abrí y me miró con sus ojos negros, radares en
el ambiente fantasmal y blanquecino de la escalera. No di la luz, me cogió de
la mano y me llevó hacia arriba, a su casa. Andaba correctamente y respiraba
manso y parecía obedecer con seguridad a un dictado suyo interior.
Ante el umbral de su puerta, vi al padre en
calzoncillos bañado por la luz de la luna que entraba por la ventana de su
derecha. Estaba cubierto de una sustancia oscura que brillaba. Aunque más
chisporroteaban sus ojos diciendo –fue cuando lo oí por primera vez- el nombre
de su hijo con una terrible voz átona (para mi siempre será Vetam, el resto no
es relevante). Uno de sus brazos se ocultaba en la oscuridad.
El nene hizo con su mano libre como que tocaba
un tambor imaginario y entonces el padre sacó la suya de detrás de su espalda
esgrimiendo un cuchillo.
Empujé a Vetam hacia atrás y me tiré a las
piernas del padre placándolo como en mis tiempos universitarios, en cuestión de
fracciones de segundo. Eso fue lo que nos salvó, pues el cuchillo se le perdió
hacia el rellano y vi, ante mi asombro, cómo Vetam con su piececito, lo
empujaba por el estrecho hueco de la escalera.
Me quité la camisa del pijama y até a aquel
hombre con ella con un nudo de los que aprendí cuando serví en un estol de
infantería de marina, pero tampoco fue muy necesario, pues estaba mesmerizado,
quizás abducido. Y ya no pude hacer más cuando noté, que el líquido que le
cubría era sangre, pegajosa y saturnina
a la luz de la luna.
Entré ante la atenta mirada de Vetam al
interior del piso a la carrera, sabiendo que era infructuoso mi esfuerzo e
intención. Y allí, cerca del balcón que da a la calle, puede que en un último
intento de gritar, estaba la mala pécora de su esposa, con un fin inhumano, desollada en un inmenso charco
de sangre que se filtraba a la calle por el desagüe de las plantas. La
descarnada imagen me idotizaba y más aún viendo cucarachas correteando sobre
sus restos mortales.
Cuando se personó la autoridad competente tras
mi llamada, dos de los agentes vomitaron
sin poder evitarlo en la puerta cinco, pues los dueños no se habían ni enterado
por la insonorización del piso. Por último se llevaron al padre, quien no opuso
resistencia; incluso mostraba una macabra paz en su ademán.
No hubo manera de que Vetam se fuera con ellos
–a pesar de que se comportó muy sereno-, y al identificarme, gracias a mi
pasado de militar de cuerpos de élite, permitieron que se quedara conmigo.
Lo último que le dije a Vetam si quería dormir
en mi piso, era que al día siguiente tendría que permitir que le llevaran con
una nueva familia muy buena, a donde yo acudiría a visitarle.
Y solo puso dos condiciones más: Que le
comprara un tambor de verdad.
Y que tocara mi armónica con él…
“…a medianoche los cadáveres se levantan,
todos los muertos vuelven a sus filas,
y al frente marcha el tambor,
¡ran! ¡¡rataplán!! ¡¡¡ran!!! ¡¡¡ran!!!.....”
(Reisebilder; Heinrich Heine)
[Relato de Terror]
Lo que puede causar el ruido de un tambor en luna llena...La gente enloquece.
ResponderEliminarAbrazos Juan...Faltó un dibujo tuyo
Llevo chiflado y con tarumberería mental mucho tiempo, ¡ese soy yo, pero la luna siempre es magna! Gracias por recordar mis dibujitos.💚🍀
EliminarGenial relato me mantuvo en vilo todo el tiempo . Te mando un beso.
ResponderEliminarOk, Gracias por Disfrutar para tu solaz. De eso se trata.
ResponderEliminar¡Recibe Mis Consideraciones Más Distinguidas!
Hola Juan he disfrutado de la lectura, al ser tan ameno y ligero de leer se me pasó rápido el tiempo muy bueno, me pareció un relato excelente, un saludo desde mi brillo del mar
ResponderEliminar¡ ¡ ¡ Bienvenida a estos horizontes y gozo enormemente con tu satisfacción ante el relato ! ! ! 🍀
EliminarCuando surgen en mi cerebro las historias o los textos poéticos, se dispara con comodidad el hecho de escribirlas y su delicioso fluir....💚
Has conseguido que llegara al final de esta historia que ha logrado mantener mi interés hasta el final. Me parece una historia dramática de la vida de un ser humano que llegó a un hogar donde nadie le había deseado ni supieron amarle como él necesitaba. Muy buen relato. Que tengas una feliz semana.
ResponderEliminarEsta basado en hechos espantosamente reales vividos por mí en la demarcación. Eso sí es dramático. Muchísimas gracias por tu delicada y amistosa presencia.💋
Eliminar
ResponderEliminarMe ha fascinado la lectura de este electrizante relato de terror. Todo en esta historia produce escalofríos, desde el mismo Vetam hasta el resto de habitantes de la misteriosa finca. Tu manera de escribir hace que la lectura de este relato sea fluida y se convierte en misión imposible el despegar los ojos de la página. Como bonus, me han encantado los nombres de los capítulos. Mi enhorabuena! Un saludo!!
Los nombres de los capítulos, efectivamente están muy pensaditos. Eres la única persona que se ha dado cuenta. ¿y si te dijera que esta finca es R e a l ? ...
Eliminar...ahí lo dejo...a buen entendedor pocas p a l a b r a s