¡Alto! ¿Quién Vive?
Llegó
tarde por el tiempo tormentoso el soldado a su garita (a pesar de haber
regresado puntual de su francachela del pueblo) Y le arrestaron confinando su
rondín nocturno en la torreta derruida del molino de aceite, donde hacía años
que no se prestaba servicio en aquel cuadrante. Al otro lado, el perímetro del
cuartel no permanecía marcado, realmente no era necesario por los precipicios
inaccesibles, y el eco del río asilvestrado de las profundidades ascendía en
vapores acuosos. El centinela se quedó adormecido a su pesar dentro de la
ruina(demasiado peligroso pero así lo mandaban las ordenanzas), pero muy
pendiente por si el furriel acudía de madrugada para cumplimentar la papeleta de
servicio, otra falta reglamentaria y lo mandarían un mes a la prevención.
Barruntaba
su mala suerte cuando de la misma linde del despeñadero, surgió de entre unas
zarzas un viejo andrajoso. Enojado como permanecía por ser el vigía en los
barrancos inmundos, estuvo por descerrajar el arma larga y solicitar el santo y
seña para darle un susto de muy señor mío, pero al final el sentido común es la
mejor arma -aunque no sea muy apreciado en la milicia-y compadeciéndose del
anciano le dijo :
-¡Señor!
¡¡Márchese por donde haya venido - (y en ese momento se dio cuenta de que era
imposible que hubiera ascendido por los flancos montañosos cortados a escoplo)
-¡Váyase antes de que llegue el rondín de relevo bajo el mando del cabo, porque
ellos se lo llevarán detenido, y pasará la noche en la mazmorra del polvorín!
El
viejo le dijo con suavidad:
-Antes
dame algo de tu ración que tengo hambre.
El
soldado había perdido el apetito por los problemas causados por la demora en
incorporarse al servicio de armas y le regaló su hogaza y la cecina.
Aquel
viejo, comió delante de él famélico y a gran velocidad. Después, tras regüeldar
victorioso, le espetó:
-Y
ahora un trago de aguardiente y me iré
El
soldado no se cuestionó cómo sabía que aunque estaba prohibido en las guardias,
él tenía su petaca de peñascaró. Decidió ofrecerle un trago y que por fin
desapareciera.
Claro
que el enclenque vejete, lo que hizo fue empinarse en un visto y no visto todo
el licor.
El
militar quedó en suspenso y fue cuando el hombrecillo le entregó una pequeña bolsa de cuero que portaba desapercibida.
-¡Toma,
mozalbete, las tres canicas de cuando yo era un rapaz! Ya no las necesitaré. En
cambio tú, cada vez que precises amor, pecunia o defensa, coges una al azar y
la arrojas con fuerza delante de ti. Piénsalo bien porque no la podrás
recuperar. Y razona, porque son tres oportunidades que cuando las hayas
disfrutado, no regresarán jamás.
El
centinela obnubilado fue a darle las gracias, pero del hombre sólo quedó un
rastro de zarzales moviéndose en dirección a los cortados hacia el río, lo
cual, se dijo el soldado, seguía siendo complicado.
Justo
en ese instante, llegó el rondín de inspección a cuya cabeza iba el furriel.
-¡Santo y Seña, Pietierno!-clamó despectivo el
suboficial, a quien los otros dos soldados del rondín le reían la gracia,
parecía que los tres iban achispados, marcando el paso espectacularmente con
indecorosos pisotones.
-¡Trapisonda
no en mi ronda!-respondió solicito el centinela del molino de aceite
El
furriel quedó enojado por no haber podido sorprender en falta a su
subordinado,y que la contraseña ofrecida fuera correcta en consonancia con los
dictados del criptógrafo para la jornada; así que le ordenó que descendiera al
río a traerle un poco de agua en las manos.
El
muchacho estaba harto, pero aún así, con miedo y muchísima precaución, se
dirigió más allá de las oscuras zarzas y se detuvo en la zona límite, pues el
abismo le aguardaba, y acaso La Muerte. Mientras pensaba qué haría, escuchó un
zumbido y contempló un resplandor. Era inequívoco: Un obús hostil había
reventado la garita derruida, el vetusto molino y ocasionó la muerte a los tres
militares que aún permanecían de chanza en ese perímetro.
Se
apresuró para prestar ayuda pero ya era tarde. Solicitó ayuda por su
radioteléfono y al poco llegó un jeep
ambulancia y dos vehículos blindados uro con una escuadra militar. Dio el parte
de novedades y cuando comprobaron los oficiales que el furriel estaba
precisamente donde no debía junto a sus fieles binomios desvergonzados -en ese
momento tenían asignado rondín de control en el patio de armas-dieron la
enhorabuena al muchacho, aunque no comprendieron cómo estando en la zona donde
más peligro había se había salvado. Él sí, pero nunca dijo el abuso de mando
del furriel, porque pensó que ya habían encontrado su castigo. Además sus jefes
le levantaron en ese instante el arresto, lo relevaron con otro pelotón y lo
enviaron a la ciudadela. De vuelta en la caravana militar, tuvo curiosidad ,
quizás por instinto y miró disimuladamente en la bolsa de piel: Faltaba una
canica.
Estaba
poco después en su pabellón preparándose para disfrutar de permiso
extraordinario por haber sobrevivido al percance ,concedido por el capitán de
su compañía, cuando se percató de que en realidad no deseaba marcharse. Lo que
hizo fue descender al patio de armas donde se hallaba el antiguo pozo
templario. Y supo que si había sobrevivido era por algo, un destino mejor le
aguardaba. Cogió por primera ver una canica de su bolsita y sin estar muy
seguro la arrojó por el brocal. Al poco, la noche se iluminó con un resplandor
turquesa de las profundidades del pozo, y de la misma forma volvió a mitigarse
hasta quedar el panorama discreto, desapercibido también por estar todos en el
enclave de explosión del obús. Entonces descolgó el cubo hasta el agua. Aguardó
un poquitín y advirtió un suave tirón y utilizó la polea. Mezclados con el agua
encontró siete diamantes del tamaño de un garbanzo.
Echó
a reír poniendo su mano como sordina.¡Así que era verdad! Pensó en el
viejecillo famélico y en la sinceridad de su agradecimiento. Y se fue corriendo
a dormir a la camareta.
Al
día siguiente se levantó fresco como hinojo. La noticia ya había corrido por el
ancestral acuartelamiento: El obús era una pieza de artillería que llevaba
enterrada en las inmediaciones del molino de aceite desde hacía medio siglo. El
furriel y los otros dos guripas, habían pisado en el deambular entretenido por
sus burlas, un terreno reblandecido por las últimas lluvias que había
desenterrado el receptáculo del terreno
del armatoste explosivo. Al parecer, se activó por arte de birlibirloque debido
a la barahúnda de patadones que aquellos propiciaron delante justo de la
torreta. El centinela se había salvado por cumplir las prescripciones
reglamentarias del código de Guardias y permanecer como toca: En la garita o
torreta, aunque incómoda y peligrosa también. Pero lo que más desconcertado
tenía a todos era una extraña bola de nácar, como las antiguas de jugar al gua,
que habían encontrado en el socavón que produjo la bomba.
El
centinela recostado aún en su jergón, mientras el corneta en el patio de armas
tocaba diana, se alegró de haber acertado: Hizo bien en utilizar la segunda
canica en el pozo-aunque fue un acto de
Fe- y verla transmutada por piedras preciosas. La primera le había indicado el
camino de su nueva vida, nunca mejor dicho, a salvo de cualquier mala intención
humana o de otro orden fenoménico(pero sólo se había enterado de la relación
causa efecto esa mañana)
Y
ahora se reía a carcajadas.
Porque
siempre le había gustado la hija del coronel del polvorín, quien era de su
misma edad.
Y le
quedaba la tercera.
¡La
mejor canica!
Linda historia mágica. Te mando un beso.
ResponderEliminar¡ Gracias Maja!
EliminarDecir que esta historia me ha atrapado es quedarse corta. Qué bien narrada, qué interesante, qué naturalidad para contar los acontecimientos. Me ha resultado muy mágica e inspiradora, y me gusta cómo has elegido cerrar la narración, puesto que el lector se va con una sonrisa en los labios pensando en la buena suerte del soldado. Un abrazo enorme🤩🥳
ResponderEliminar¡Y la gracia es que no tiene mérito : Como Soldado se me ocurren muchas cositas de Los Tiempos Vividos, que dan para muchísimoooooo!
EliminarMuchas Gracias Por Tu Presencia Diamantina, más que los tesoros que logra el protagonista💎💎💎💎💎