Ayer anduve desubicado por unas manzanas de este raro pueblo
(en el que por razones que no vienen al caso me toca vivir desde hace algunos
lustros) por las cuales no suelo acudir. Quizás fue por la extraordinaria
jornada que engalanaba el tiempo buenísimo, soleado y vivificante, que no
presté atención y dejé que mis pasos me llevaran donde quisieran. La calle se
perdía hacia abajo en la lejanía, y marcaba la intersección al fondo con la
calle principal por la grandiosa torre de una de las dos iglesias que existen
aquí, en esta villa. A pesar del estupendo domingo que ofrecía Dios Nuestro
Señor, Rey de Los Ejércitos, no había gente paseando por la calle —y eso que
era pleno mediodía— y la atmósfera era plácida y asaz zen.
De pronto, surgido de la nada —no me explico cómo no le vi—me
abordó el tonto del pueblo. Es una persona de envergadura, quizás 1,90 de
estatura y robusto, de familia sin problemas económicos y tiene la vida
afortunadamente resuelta (quiero decir que aparte de la paga del estado por su
enfermedad mental, no faltan una buena casa, comodidades y un largo etcétera).
Nunca sé valorar su edad, debe situarse en un segmento entre quince y treinta y
siete años, es que su aspecto es intemporal, rarísimo y singular, si me dicen
que tiene sesenta igual me lo creo. Se le suele ver paseando por el centro del
villorrio con su madre, mujer mayor, pero nunca solo como me ocurrió a mí ayer.
Bueno, iba con su perrito negro, de estos diminutos como si fuera esa raza
mejicana famosa. El hombre en cuestión tiene mucho pelo de color
inclasificable, ojos muy azules y gafas muy elegantes. Es muy educado y jamás
ha provocado un problema, pero si alguna vez me lo he cruzado con el paso de
los años, me limito a responder a su saludo de buena educación y continuar mi
trayecto. No nos conocemos de nada.
Tal como iba diciendo, ayer me sorprendió lo perentorio de su
comportamiento y que tuve que atenderle.
Me hizo tres bloques de preguntas extremadamente preocupado y
eso fue lo que me hizo clavarme junto a la antigua acera y solventar su
angustia.
—¡Oye! ¿Falta mucho para Dos Mil Cincuenta?
—No, no realmente…
—¿Cuánto? (estaba muy nervioso)
—Veintiséis años —añadí con firmeza—no se hará largo el
tiempo.
—Pero…¿llegaremos…no va a pasar nada….no va explotar nada?
Me dio mucha lástima esta persona.
—¡Sí, sí, claro; no tiene que pasar nada! No te preocupes.
—Y para el Dos Mil Noventa ¿falta mucho?
—Nooo, sesenta y seis. (al pronunciar ese guarismo me dio
mala espina)
Se puso a contar con los dedos para comprobar que no le
mentía.
—¿Tampoco se romperá nada, llegaremos?
—¡Sí, síii, unos pocos años más, da lo mismo, no sucederá
nada, seguro!
Iba a marcharme, pero, aunque parecía haber terminado, y que
además se encontraba sonriente por mi información, se ve que decidió probar
fortuna…con una segunda pregunta muy concreta:
—¿y la casa vieja se tendrá en pie?
Deduje que aludía a la suya propia ¡váyase usted a saber en
qué barrio de la villa se encontraba! Que seguramente sería un palacio de
pueblo de gruesos muros. Me produjo pesar más acentuado.
—¡También, a la casa no le va a pasar nada! No te preocupes.
Y entonces sin yo preguntar nada, me proporcionó un dato.
—Es que tengo cuarenta y cinco años.
¡Dios me asista!, pensé. Parece que tenía la enfermedad de J.
F. Sebastian en Blade Runner.
—¡Llegarás seguro, claro que sí! (me di cuenta de que lo dije
convencido)
Y satisfecho, decidió apostar al diablo en la tercera y
última pregunta.
—¿Y él? — y señaló a su diminuto perrito negro.
Ya era el colmo, me pareció, enternecedor. Y caí en la cuenta
de sus cuarenta y cinco años y mi anterior respuesta de buena fe (que decidí no
aclarar, faltaría más), de forma, que más centrado, y buscando su bienestar lo
más fidedigno posible, le respondí de esta guisa:
—¡No sé, es que de animales no entiendo!
Y entonces empecé a descender la calle, seguido por él, pero
me giré y le deseé buen domingo, y dándome las gracias efusivamente con su voz
metálica y medio electrocutada, le vi quedarse sonriendo con mirada beatífica.
Me compuse cábalas sobre quién le habrá puesto la cabeza
llena de ideas sobre lo mal que está el mundo —que para los asuntos de la
vigilia del día a día de quienes tenemos que estar al hilo de la supuesta
“normalidad” es complicado y deprimente—y le hace vivir atormentado a una persona
que no rige bien; él vive en su mundo pulcro y controlado y los pesares de ayer
domingo le corroían. Pero, pensándolo un poco, si su única preocupación en la
tercera pregunta (¡tiernísima!) era si su chihuahua tenía futuro, cabe intuir
quién le proporcionaba exceso de información del saturnino planeta Tierra.
Me sentí un poco como Zipi y Zape, cuando en los tebeos
realizaban la buena acción del día, y quedaban exorcizados de las travesuras
que hasta el momento hubieran cometido. También pensé, que para los atribulados
adultos supuestamente “cuerdos” sería maravilloso que alguien, de manera “naïf”
como yo hice, deshiciera con un toma y daca de preguntas y respuestas, los
miedos reales que acechan en lontananza.
También me acordé de la celebérrima poesía de Don Miguel de
Unamuno y Jugo (¡adoro esta pieza!)……
B l a s E l B
o b o
“Blas, el bobo de la aldea,
vive en no quebrado arrobo,
la aldea es de Blas el bobo,
pues toda a Blas le recrea.
Blas, que se crio desde niño
sin padre, con madre moza,
en una perdida choza,
libre de carnal cariño;
Blas, tradición la más pura
sabe todo el calendario,
reza a la tarde el rosario
y le ayuda a misa al cura.
Gracias a Blas el bendito
no descarga Dios su vara
sobre la aldea, la ampara
Blas, botón del infinito.”
( 1 de Julio de 1929)
En fin, también recordé citas bíblicas, pero, creo que es
importante dar gracias por los “botones del infinito” que quizás…en
algún recodo del camino, el azar hace que nos encontremos…
....."and when the stars go out
the skies have turned to grey
I´m gonna walk on out
into a brand new day...."
[ ¡No lo parece, pero es una canción con buen pronóstico......!]
Preocuparse por un amigo fiel, como puede ser un perro, es amor legítimo, tanto asi que he sufrido por la perdida de algunos de estos compañeros cuadrúpedos, si el vínculo ha sido grande creo que apenas muera el can su alma por piedad se llevara también al dueño unos meses después. De momento recomendaría evitar dichas manzanas frecuentadas a fin de evitar las cuestiones del preguntón, pues entre más sepa, más sufrirá.
ResponderEliminarLas personas que aman y respetan los animales tienen verdadera valía, más que muchos otros. ¡Me llegó al alma el cariño que demostró este señor por quien seguramente, nunca le ha atosigado con noticias alarmantes! En el caso de él, no sé qué pasará si algún mal acontece al perrito, no quiero ni imaginarlo. Siempre estoy dispuesto a ayudar al prójimo, no me molestan para nada absolutamente estas personas de quienes verdaderamente como dice La Sagrada Biblia, "de ellos es El Reino de Los Cielos"; lo que sucede es que la piedad que me invade es grandísima, sufro por verles, y en éste caso de lo que narro, por comprobar, que alguien de su entorno cercano les asusta. ¡Fíjate que tuvo que buscar en un desconocido como yo , Esperanza y Fe!(lo que de otro lado me llena de orgullo)
EliminarLe Deseo Lo Mejor a este Ser bajo la capa de la atmósfera...
Si hay cosas que a nosotros nos asustan y cuando se te muere un peludo, aunque sea pequeño, el vacío que deja es enorme, a él me imagino que lo hará más.
ResponderEliminarSiempre hay gente dispuesta a tocar el higadillo y ma a quien no debe.
Espero que le dure mucho la compañía del perrete!
¡Tienes razón, una persona de esta sensibilidad tan al límite por variados motivos, lo valora más! Pienso lo mismo ¿por qué habrá energúmenos dispuestos a causar desazón en personas que el perjuicio que les causa es mayor? Por mi parte, siempre que en el Planeta Tierra hago intersección, procuro ayudarles sin restar un ápice mi ternura para que su vida sea menos complicada😃🌟🕵️♂️
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